El 7 de diciembre de 1989 fue memorable y muy cargado de emociones. Concluía la Operación Tributo y el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, junto al Presidente de la República Popular de Angola, José Eduardo Dos Santos; con sendos discursos en la explanada de El Cacahual, lugar donde reposan los restos del Lugar Teniente General Antonio Maceo y Grajales, y su ayudante Panchito Gómez Toro ponían fin a la histórica participación de nuestro pueblo en la guerra por la liberación del hermano país africano.
Los restos de los combatientes caídos en la contienda ya estaban en Cuba. Por todo el archipiélago, desde el Cabo de San Antonio hasta Maisí, se les rendía honores. El ajetreo de la cobertura periodística nos apremiaba. Y más aún cuando teníamos la misión de amanecer en el aeropuerto para partir hacia Guantánamo, lugar donde un marine yanqui había disparado contra la posta de unas de las torres que custodian permanentemente el perímetro fronterizo de la Base Naval de Guantánamo. Provocación una vez más.
Tenía el compromiso moral, ese propio día siete, de hacer acto de presencia en la sede del Ministerio de la Industria Básica, en la avenida Salvador Allende, Carlos III, lugar donde estaban los restos mortales de mi compañero de gremio y trinchera, Juan Candelario Bacallao Padrón.
Allí frente al osario que contenía sus restos y encima su foto, en silencio sepulcral, en breve segundos corrió por mi mente cuando el 20 de octubre de 1985, estuve junto a la tumba que lo acogió en la tierra angolana, en el cementerio ubicado en la Misión Militar Cubana.
Mucha era la carga emocional e igual los recuerdos. Por ambos salió una crónica intitulada “Pluma y fusil, fundidos en la victoria”. En la mañana del ocho de diciembre de 1989, cuando el sol nos sorprendía en las áridas tierras que rodean a la Base Naval de Guantánamo, en las páginas del periódico BASTION, llegaba a sus lectores, la historia de este destacado periodista de la radio cubana.
Más de una ocasión habló con su directora de entonces en la emisora de Radio Reloj, Lazara Rodríguez Alemán, ya fallecida, para que le gestionara su participación en la misión internacionalista en la República Popular de Angola. En otras tantas se presentó en el Comité Militar y según sus palabras, lo habían vetado por usar espejuelos graduados.
En julio de 1984 un grupo de periodistas de diferentes medios fue seleccionado para el II Curso de Corresponsales de Guerra en la Academia de las FAR, General Máximo Gómez. La jefatura recayó en el primer teniente de la reserva Juan Bacallao. Clases de arte operativo, táctica, tiro, caminatas, psicología, mapas desplegados e interpretación de los símbolos en rojo y azul. El 28 de agosto de 1985, un grupo arribaba a Luanda y del aeropuerto directo al campamento de Viana, lugar donde se avituallaban a los combatientes recién llegados. Atrás la teoría. Uniforme de camuflaje y una foto en grupo como recuerdo.
La Agrupación de Tropas del Sur (ATS), en Huambo, en el altiplano central del basto territorio de Angola fue su destino. Bacallao comenzaba a cumplir con uno de los anhelos más preciados, escribir de la heroicidad de nuestros compatriotas que saldaban su deuda con la Humanidad.
Recuerdo un día que nos cruzamos en el aeropuerto militar de Luanda. Abundaban los AN-12 y AN-26. Los helicópteros levantaban vuelo constantemente hacia el teatro de operaciones. De la barriga de un veintiséis, sale una figura delgada, quijotesca, con mochila y fusil al hombro. Su uniforme guardaba la huella de la tierra de Jamba. Roja como el tomate maduro. Iba de paso para continuar hacia Huambo. Varios días estuvo junto a Alberto Gutiérrez Walón, Roberto Campos y con quien redacta. Múltiples fueron las anécdotas y los planes futuros. Quería escribir de los caravaneros.
Fue la última vez que lo vi con vida. En octubre de 1985 se preparaba un abastecimiento a las tropas ubicadas en la zona de Menongue, la tierra del fin del mundo, según la calificó hace muchos años una de las Reinas de Inglaterra cuando por allí hizo un safari de cacería.
La orden de partida llegó en la madrugada y el destacamento de Protección de Columna “Ernesto Che Guevara”, sin apenas salir el sol, comenzó el movimiento de la gran columna de carros de carga y de combate. Bacallao no se perdonaría jamás, no tener un puesto en esa misión. Cuando conoció de la misma, convenció a un oficial de la sección política de la ATS para que lo llevara al encuentro. Aún eran pocos los kilómetros recorridos. Quería escribir de los caravaneros y esa era la oportunidad.
La incertidumbre por el encuentro de las minas antitanques y las antipersonales direccionales M18A1 Claymore. La permanente vigilancia ante el posible ataque enemigo, el tránsito por los pasos obligados. El ronronear de los vehículos, el olor a combustible recalentado eran la constante diariamente. Viajaba en la cabina de un camión Scania que transportaba una pipa de combustible. Atrás había quedado el entronque de la carretera de Cuito Vié. Se trataba de aprovechar al máximo el día para avanzar en el trayecto, si no había obstáculos y al caer la tarde, se detenía el movimiento. Aumentaba la vigilancia nocturna con exploración con el fuego y el frío arreciaba, en ocasiones los trajes caza cobras eran poco para soportar las bajas temperaturas. Ya la caravana de la Che Guevara está a 60 kilómetros de Menongue, capital de la provincia Cuando Cubango. La UNITA de Jonas Savimbi, había estudiado el terreno y tenía el propósito de evitar el abastecimiento a las tropas cubanas y a su vez tratar de reabastecerse de alimentos, armas y municiones.
Es 19 de octubre del propio año. La noche anterior los fantoches enemigos habían hecho los pozos de tiradores, bien pegados a la carretera para cuando atacaran, buscar el factor sorpresa y evitar que la aviación de apoyo pudiera utilizar sus potencialidades, por lo cerca que estaban a nuestras tropas. Hay emboscada. La bengala lanzada por el personal del pelotón de exploración no deja lugar a dudas. El combate se recrudece. La caravana para su movimiento. Los más experimentados saben que hay que ocupar un lugar debajo de los vehículos y defender las posiciones. Bacallao quiere salir raudo y veloz, pero la correa de su fusil plegable AK49 se traba con la manigueta de la puerta del vehículo. Fracciones de segundo bastaron para que un franco tirador enemigo hiciera blanco. El proyectil penetró por la axila izquierda. Sus pies pisaron la tierra, pero ya sentía el dolor del impacto. Ocupa una posición detrás del neumático delantero derecho. El enemigo está casi al alcance de la mano. Bacallao le dice al chofer, su compañero de viaje: “me dieron”. Con su propia sangre Juan escribiría el reportaje de los caravaneros. El dedo no dejó de oprimir el disparador y casi desfallecido, las últimas balas dejaron su huella a pocos centímetros de su posición. Sus grados de primer teniente quedaron ensangrentados. Horas después, una doctora del puesto médico de Menongue, los puso en las manos de quien cuenta la historia. El reportaje quedó inconcluso. Perdimos a Bacallao combatiendo como un héroe. Un periodista que con su sangre escribió parte de esa historia del pueblo cubano. Nos dejó su ejemplo como persona, como compañero, como profesional y allí, en la redacción donde tantas coberturas salieron de su pluma, sus grados ensangrentados están muy celosamente guardados, con su foto y su historia, para que las nuevas generaciones de periodistas conozcan a este hijo de una familia humilde oriunda del pueblo de Caraballo. Gracias Bacallao por permitirnos conocerte.
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