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miércoles, 1 de junio de 2016

El niño que llevamos dentro.






















Era digital. Niños con tables, otros inmersos en los juegos de computadoras o prendidos a los ataris.
Los más veteranos, cuando se enfrentan a la tecnología en muchos casos se auxilian de los nietos que son los principales protagonistas de su época.
El recuerdo es inevitable y vuelve el niño que llevamos dentro independientemente de la edad.
Fabricar una carriola o una chivichana ponía en función a padres y abuelos. Lo primero buscar las cajas de bolas y después la madera necesaria. Era como si disfrutáramos del carro último modelo.
Jugar al rolin o kimbicuarta lo mismo nos hacía perder que ganar. Los bolsillos abultados, a simple mirada, nos daba la calidad del contrario, aunque la puntería a la hora de impulsar la bola con el dedo pulgar era la decisiva. Y que decir cuando baraja por medio varios eran los apostadores y al grito de ¡Arrebato manigüiti!,  se imponía el más fuerte.
Los patines metálicos eran como extensión a las botas. Enganchado varios de la parrilla de la moto de mi amigo Bacallao formábamos una larga fila desafiando la velocidad y una posible caída. La bicicleta 20 Niagara era como si formara parte de nuestras piernas. Para donde quiera nos acompañaba.
Los trompos, el chucho escondido, la viola, quimbumbia, el taco, eran otros de los entretenimientos. Carmelo, humilde trabajador agrícola, con sus manos callosas y piel curtida por el sol, en las noches hacía gala de sus artes manuales y fabricaba papalotes de todo tipo de colores y tamaño, que luego empinábamos y combatíamos con las cuchillas incluidas en el rabo, para disfrutar cuando el contrario iba a bolina. Hasta coronel llegó hacer.
Otra de las faenas infantiles era construir jaulas con palos de monte, ubicarlas en lugares idóneos, con cundeamor como señuelo para cazar las palomas rabiche, las que su destino final era asadas con limón y sal al pincho o simplemente con un cordel con lazo, amarrado a una ramita, tratar de “pescar” a alguna lagartija para averiguar que tenían adentro.
Una vez, la “tropa” del barrio, nos propusimos recolectar varios sacos de yute para hacer un toldo. Para adquirirlo, llegábamos a los portales de las casas o a la puerta calle y tratábamos de obtener el que se usaba para la limpieza del calzado antes de entrar a las casas. El objetivo era hacer un circo en el solar de la cuadra y pedir por la entrada, un botón, para después cambiarlo por golosinas o pelotas al carretillero que siempre recolectaba materias primas.
El número principal consistía en una chiva, la cual se le puso una estola tejida con pompones y todo, de la hermana del Vasco, el hijo de Incera,  quien junto a Paquito Bilbao se encargaría de hacer bailar al animal al compás de la “orquesta” de varios fiñes con latas y palo.
Sorpresa cuando la hermanita descubrió su estola y allí mismo se acabó el circo como la fiesta del Guatao. No había celular, table o computadora, pero como disfrutábamos cada momento.