El Ministerio del Azúcar se convierte en una unión empresarial. De la calidad del preciado grano, las producciones de la próxima zafra, la puesta en óptimas condiciones del ingenio y sus maquinarias, se habla por estos días.
Detrás de éstos objetivos está el hombre. El azucarero, mujer u hombre que ha encaminado su vida en el quehacer de la caña, el guarapo y el azúcar. De la mano de uno de ellos, visitaba cuando chico el batey del central Rosario convertido, después del triunfo de la Revolución, en el CAI Rubén Martínez Villena y no dejaba de impresionarme con la alta chimenea que desprendía una columna de humo negro en la dirección del viento, el paso de las grandes máquinas de hierro y vapor, así como el pito característico del ingenio, muy similar al de un barco al salir del puerto, anunciando el cambio de turno.
Por un lado el hollín, por otro el olor penetrante a melado y guarapo caliente, el ir y venir de la locomotoras arrastrando hacia la boca del ingenio las casillas cargadas de caña y los camiones, rebosados de la dulce gramínea, que no dan abasto para saciar lo que es capaz de transportar la estera hacia el interior de la fábrica de azúcar.
De esos hombres que años tras años sudaban, a la par del costo de un grano de azúcar, es que quiero referirme. Machín, quien me introdujo en este apasionante mundo, hasta convertirme en soldador de una brigada de reparación y mantenimiento, primero en un taller de locomotoras y después en la casa de maquinarias. Sus manos rudas por manipular el canto en las pequeñas montañas verde y blancas, empuñan un pico o una pala, acompañando con una mandarria para reparar los tramos de la línea férrea por donde pasa la columna que forman la locomotora y los más de diez vagones sobre cargados de caña hacia el ingenio.
Peñate, un cirujano del metal que día a día dejaba su huella con los electrodos en las reparaciones de las grandes moles de hierro que desde finales del siglo XIX y principio del XX corrían por los rieles transportando la materia base. Pargas, quien con una sonrisa perenne, no se si para lucir sus dientes enchapados en oro o por plena satisfacción, maestro de paileros, siempre con su boina negra como atributo a sus orígenes gallegos. De sus descendientes, el hijo menor fue maquinista de patio y el primer nieto ingeniero mecánico, segundo jefe de maquinaria, la nieta secretaria del administrador. Antonio el gallego, quien por su corpulencia impresionaba hasta cuando ya pasaba los sesenta y siendo ayudante de pailería levantaba con una sola mano una mandarria de 25 libras para doblegar el metal y en plena zafra, por el olfato de su experiencia como puntista en la casa de caldera, preciso a la hora de soltar la templa hacia las centrífugas. Otto el alemán, todo un misterio porque decían que había llegado a Cuba huyendo de los aires guerreros de su Europa natal, pero un ingeniero que sentado en el portal de su casa en el batey, de solo escuchar los sonidos característicos del central en molienda, conocía si había algo “raro” en el ambiente. Muchos son los nombres que acuden a mi mente, pero con solo dos palabras para cada uno sería interminable estas líneas.
Cada vez que voy al terruño, al encuentro de familiares y amigos, es difícil dejar de pasar por el batey del central. Allí está la torre de la chimenea, como monumento a los miles de trabajadores que por generaciones dejaron su sudor por lograr una azúcar de calidad, ya no expande humo negro, ya no existe la casa del ingenio, nunca más el hollín y el olor a cachaza y guarapo, ni el pito agudo anunciando el inicio o el fin de la zafra, ya nos privamos de deleitarnos con las raspaduras de azúcar desprendidas de las paredes de los conductos de la centrífugas. El batey tampoco es el mismo, le falta el ritmo al compás de la caña. Algunos continúan laborando en el azúcar en el Boris Luís y los más, han buscado un nuevo sentido a sus vidas. Murió el central y con él, el compromiso familiar de la continuidad histórica aferrada ha tan afamado sector. Ahora el nieto de Pargas, se desempeña como ingeniero mecánico en el Campismo Popular y lo vivido por años desde sus ancestros en el ingenio es historia para contar a los hijos y los nietos.
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