Es lindo ver un patio lleno de plantas y animales domésticos. Acude a mi mente la cría de gallos kikirikis que abundaban por mi barrio natal. Lo combativo que estos eran independientemente del pequeño tamaño que asumían. La gallería que tenía el viejo Alonso colindante con la casa de Simón y María Campa, donde abundaban los gallos finos, las pesas, espuelas y las jaulas donde cada ejemplar muestra sus dotes antes de caer en el ruedo de la valla donde pueden salir vencedores o vencidos, adornados con las griterías de quienes lo apostaban todo por su ejemplar favorito.
Pero estas líneas no van encaminadas a esos “guerreros”, sino a los que andan libre por la tierra, buscando su sustento en insectos u otros granos y con su cresta roja levantan su cabeza y entonan su canto lo mismo al amanecer, el mediodía, la media tarde y hasta la mitad de la noche para avisar a otros gallos la irrupción territorial, el llamado a sus hembras cercanas o como señal de aviso general. El gallo es un ave doméstica perteneciente a la familia Phasianidae y una de las cuatro especies del género Gallus. Los gallos y gallinas son criados principalmente por su carne y por sus huevos. También se aprovechan sus plumas, y algunas variedades se crían y entrenan para su uso en peleas de gallos. Su esperanza de vida se encuentra entre los 5 y los 10 años, dependiendo de la raza. No puede distinguir el sabor dulce y a la mayoría no les gusta el salado.
Hay campesinos que los crían libres y cuando comienzan el llamado para el alimento cientos de crías aparecen por doquier en busca de su grano de arroz, pan viejo humedecido con residuo de leche o simplemente pienso. Así los vi en casa de Felo Pila, un finquero de la serranía en Hongolosongo en las inmediaciones del Puerto de Moya rumbo al poblado de El Cobre.
El gallo ha estado presente en toda la historia de la humanidad, ya sea como un ave sagrada para algunos pueblos, así como modelo e inspiración de artistas y colección de arte en los museos de todo el mundo. Se dice que llegaron a las Américas debajo del brazo de los descubridores.
Tengo congelada una imagen durante el devastador terremoto de enero del 2010 en Haití donde dos gallos picoteaban un cadáver tirado en una calle de Puerto Príncipe. Es cruda esta foto, pero quisiera terminar estas líneas recordando la pollona blanca de mi abuela Emelina, la cual adquirió en la carnicería de mi barrio natal, vivita y coleando, por la norma de pollo por consumidor. La soltó en el patio y la acostumbró a dejarle su “bocadito” diariamente, la gallina empezó a engordar y no ocupaba su gajo en la altura de una mata, al caer el Sol, hasta no recibir su bocado de manos de abuela. Llegó el momento de sacrificarla para el alimento familiar y la octogenaria abuela prefirió cambiarla por otra ración de pollo congelado, porque era incapaz de deleitarse con la carne de su pollona blanca.
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