Apenas las manecillas del reloj marcaban los primeros
minutos del 8 de octubre y se conocía la victoria de Chávez en las elecciones
venezolanas. Horas antes Verónica no cesaba recordarle a su mamá el globo
inflado que debía llevar en la mañana a su escuela, así como el afiche del Che.
Una, dos, tres veces ensayó la pequeña poesía que quería declamar en el aula,
frente a sus amiguitos. Dos goticas de agua… mientras se ponía el uniforme
escolar estaba atenta a lo que se decía sobre el aniversario de la caída en
combate del Guerrillero Heroico en tierras bolivianas. Más de treinta años
antes, otra niña recorría con esfuerzo, sujetándose a la baranda, su cuna, en
un diminuto cuarto de un edificio apuntalado de la barriada de Jesús María. En
la pared varias fotos del Che. El último sábado Verónica vio con su familia una
exposición fotográfica sobre el Comandante Guerrillero. Fotos de su figura en
distintas facetas y la actual presencia en cualquier parte del mundo donde se
defienda los derechos de los pobres. Madre e hija crecieron viendo esa imagen
del Che, quien funde lo filosófico con su accionar en la vida y nos dejó un
legado que perdurará por siempre.
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