Está fuera de sus predios en los intrincados parajes de las
montañas colombianas. No es asiduo verla sonreír. La vemos caminar diariamente
cargada de documentos y portafolio con humildad pero con paso seguro. Ante las
cámaras siempre declina la mirada como evitando robar protagonismo al resto de
sus compañeros. Ha dado un descanso al uniforme de campaña, las botas, el
sombrero, el fusil inseparable. Mucho se ha hablado de ella a favor o encontra.
Hasta libros se han escrito. Los que han compartido junto a ella reconocen su
modestia. Gusta de rasgar una guitarra y cantar en inglés. No conoce la base
ritmatica de la Salsa
ni el Son y menos dejar mover el cuerpo a ritmos tan contagiosos. Esbelta y
bella, luce una libélula en un colgante de cuello. Su voz suave invita al
diálogo por el simple motivo de escucharla. Cuando ha dejado escapar una
sonrisa, sus labios dibujan un rostro alegre, que contrasta con la cotidianidad
a la cual se enfrenta. Vestida sin atuendos parece una joven cualquiera que pasa
por la vida desapercibida. Hoy estoy junto a ella, charlando y admirándola. Tres
veces ha usado en Cuba la boina negra con el emblema de la guerrilla. Con ella
su rostro es un poema, pero nunca la he podido congelar con mi cámara. Es una
tarea pendiente. Mientras sigo admirando, por sus convicciones, a la Tanja campesina holandesa y
a la Alexandra
guerrillera.
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