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jueves, 5 de julio de 2012

CARILDA

Sus ojos claro se detienen en el infinito. El rostro asume una identidad cómplice. Solo ella sabe cuantas ideas, sueños, vivencias corren por su mente tal igual lo hacen las aguas de los ríos de su ciudad natal buscando el ancho mar. Dicen que llega a los noventa julios, pero su piel curtida por la caprichosa huella del tiempo esconde a la mujer erótica que no ha dejado de ser, a la romántica, a la que no dejan de recordarla porque se desordena con el amor. Una vez obtuvo el título en derecho pero es reconocida en el patio y en el mundo por su bella poesía. Cuando dice su prosa o nos acerca a la cotidianidad de su vida lo hace con alegría, esa que al decir de Ippolito Nievo es la juventud eterna del espíritu.
Me desordeno, amor, me desordeno...

Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.




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