El fotógrafo polaco, un antiguo prisionero de Auschwitz, falleció a los 95 años. Entre sus tareas estaba retratar a las víctimas de los experimentos científicos del médico nazi Josef Mengele.
Hoy que se cumplen 69 años de la derrota del fascismo, quise recordarlo como testigo excepcional del vínculo de la fotografía con el horror del holocausto.
La ciudad de Zywiec, donde nació en 1917, pasó de Alemania a
Polonia, tras el término de la Primera
Guerra Mundial. Hablaba alemán y el austriaco. Sus
antepasados paternos eran de Austria. Aprendió fotografía en la ciudad polaca
de Katowice. Gracias a este oficio pudo sobrevivir a tan horrenda época. La
suerte de Brasse fue la manía alemana por documentarlo todo con prolijidad, aun
aquellas brutalidades.
Después de la guerra no volvió a la profesión, “porque los
muchachos judíos y las chicas judías se aparecían en flashes constantes ante
los ojos”.
Wilhelm Brasse se vio obligado a tomar fotografías de niños
asustados y víctimas de horribles experimentos médicos momentos antes de que
murieran en el campo de exterminio de Auschwitz, donde un millón y medio de personas, en su
mayoría judíos, murieron en el Holocausto.
Revivieron los horrores de Auschwitz en su interior en muchos
momentos de su vida. Tomó entre 40.000 y 50.000 fotografías. "Cuando
empecé a hacer fotos de nuevo, después de la guerra, veía a los muertos. Iba a
tomar la fotografía de una chica joven, un retrato, pero detrás de ella, volvía
a verlos, como fantasmas que estaban allí. Veía todos esos grandes ojos
aterrorizados, mirándome fijamente. No podía seguir adelante.", expresó en
una de las tantas entrevistas que le hicieron.
Contaba que un día, un prisionero fue enviado a él por uno
de los doctores de los campos, el infame Dr. Josef Mengele, quería una
foto de un inusual tatuaje del hombre.
"Era muy hermoso. Era un tatuaje de Adán y Eva de pie
delante del árbol en el Jardín del Edén, y obviamente había sido hecho por un
artista experto".
Alrededor de una hora después de tomar la fotografía, se
enteró de que el hombre había sido asesinado. Fue avisado por otro preso para
que fuera a uno de los crematorios del campamento donde vio al hombre muerto.
En julio de1988 tuve la suerte de poder traspasar la portada
de Auschwitz. Nunca imagine lo que mis ojos verían como testimonio del horror
que allí se vivió. Miles de maletas y pertenencias personales, otro tanto de
prótesis, espejuelos, cabellos de los hombres y mujeres que allí fueron
masacrados. Alambradas, cámara de gas, señas de rasguños en las paredes, así
quedó la huella de los nazis, pero creo que no hay mejor testimonio que las
fotos del joven fotógrafo que con solo 22 años en aquel entonces junto a otro
preso enterró miles de negativos en los terrenos del
campamento que fueron recuperados más tarde y que ayudaron a condenar a muchos
nazis.
Muy interesante. Siempre he pensado, tras visitar los campos, ya devenidos museos, que esta es una experiencia tan terrible como enriquecedora, sobre lo que nunca la humanidad debe olvidar.
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